martes, 18 de junio de 2019


1. Paco M.



Lo primero que te llega cuando se te encara es la limpieza de su mirada. Poco importará que la timidez se escude debajo de la visera sempiterna cuando Paco te lanza el reto del saludo. De nada servirá escudriñar en la liviandad de su imagen intentando encontrar lo que no oculta. Este alfaquí llegado de las riberas sultanas y moras lanza a los cuatro vientos la proclama de sus raíces envuelta en retazos de geranios. De las paredes encaladas de su añoranza ya dará cuenta mayo una vez que las cruces se hayan vestido de colores mediando la primavera. Él, alzará los brazos, arqueará el talle y seguirá los compases que el ritmo le marque para indicarle al ritmo quien realmente domina a quien. Farolea como si un camborio de luna llena le vistiese de corto a la espera de una faena suprema digna del manolete del baile. Dicta las normas y del desespero de la tardanza del aprendizaje hace acopio de calma como si quisiera hornear el penúltimo pestiño  con el que endulzar la tarde. Vagará en sueños por la judería intentando recobrar las enseñanzas de Maimónides mientras el rumor de las fuentes amortigua la calina. Fluye entre los requiebros del cante buscando la simbiosis sin la que caminaría desnudo hiriéndose las plantas de los pies. Calla para sí el estribillo de la copla que otrora entonará  Miguel de Molina para negarle paso a la nube que le reste alegría. Aspa sus brazos y todo se transforma como si de las alas de un arcángel Rafael se tratase en busca de un escenario celeste sobre el que dar rienda suelta a tal pasión. Probablemente, de Góngora, le busque el legado doliente de una incomprensión intentando horadarle energías. Craso error. Él, muecín de la mezquita de su propio sentimiento, lanzará la llamada y a ella acudirán para coreografiar la siguiente propuesta. Almohade de una medina que conjuga verdades destiladas de los jardines, verá en cada puesta de sol el deseo cumplido de la promesa extendida. Pasad cerca, sin hacer ruido, sin alharacas y comprobadlo. Ha rectificado las imperfecciones y se ha lanzado a mostrar el paso siguiente. Desde la acera de enfrente observaré la evolución y rechazaré la oferta de sumarme al grupo. Nada mejor que reconocer las limitaciones y sopesar las capacidades para poner freno a la envidia.

jueves, 13 de junio de 2019


1. Manuel V.


La primera vez que lo vi fue tras la línea de banda del campo de futbito. Allí, cruzando y descruzando los brazos, se esforzaba en lanzar consignas a los jugadores de campo que a duras penas atendían a sus indicaciones. El ambiente estaba lo suficientemente cargado como para no dejar pasar más decibelios que los encargados de animar a voz en grito a los de uno u otro bando. Vivía el encuentro como suelen vivirlo quienes entienden el valor de la victoria y sobre todo el de la justicia de un resultado. No sé cómo quedaron, pero sí sé que desde entonces hasta hoy, la vida nos va cruzando en las horas previas al despertar de las aulas. Sigue ocupando la línea que separa, en esta ocasión, la calzada de la acera, y sobre ella espera el discurrir de los minutos que le sobran. Él, que tan acostumbrado ha estado al trasiego del transporte, disfruta del paseo como si quisiera recuperar los años de aposentamiento tras un volante. Sonríe con la sinceridad vestida de blanco y alarga el consejo desde el púlpito que le otorga la experiencia. De sus gemelos al aire se traslucen las pisadas que han supuesto un incesante ir y regresar para dar cumplida cuenta de sus valores. Luce con orgullo los éxitos que sabe que nacieron de sus semillas y a cada cosecha que le viene se renueva su espíritu. Es, cómo negarlo, el exponente claro de un modo de hacer que parece estar condenado al olvido, al ostracismo, a la compasión. Craso error el que cometen aquellos que así lo consideran. En él, como en tantos otros como él, perviven unas formas de hacer que conjugan y equilibran desde ambas vertientes directrices. Tuvo que duplicarse y la multiplicación sigue tomándolo como modelo del querer y del poder. Del duelo sarcástico que a menudo nos ofrecemos podría dar fe cualquiera de los pasos de cebra que nos observan. Sigue pendiente una conversación larga y tendida en la que los detalles guarden turno para no atropellarse ni quedarse rezagados o ausentes. No seré yo quien ponga fecha. Lo mejor será dejar que sea él quien así lo decida; simplemente habré de esperar a que se creedme, tardará en suceder. Mientras tanto, a nada que la hora de cierre se aproxime, me asomaré para ver si sigue debajo de la señal acostumbrada. Del gesto de su mano que podría deducirse como propio de una hoz, no haré caso; las espigas a segar hay que dejarlas crecer, verlas granar y tener listo el sequer para cuando llegue el momento de recoger los frutos.

lunes, 10 de junio de 2019


1. L@s pregoner@s


A fecha de hoy resultará sumamente extraño hablar de ell@s. La tecnología ha impuesto su ley y sonará, nunca mejor dicho, a arcaica la historia que l@s mencione más allá del hueco que el agradecimiento a su labor merece. Eran l@s encargad@s de hacer llegar al vecindario las novedades que se presentaban a modo de oportunidad en el pueblo. Podría ser cualquier vendedor ambulante, cualquier remendador de lebrillos, cualquier tapizador de sillas, el afilador de turno….Allí estaban ell@s, escudad@s tras la pita preceptiva para hacerla sonar y elevar en grado sumo la expectativa recién llegada. Mi primer recuerdo se detiene en Gabino, acurrucado en el tronco del ya inexistente árbol de la tapia de la casa Benita y Santiago Herrero. Fugaz imagen que dejó paso a Camila. Quizás se fue con la duda de si estaban vivos aquellos dos que saltaron a su corral y se hicieron los muertos al ser descubiertos. Callaré sus nombres para que las carcajadas los delaten si llegan a sus pupilas estas letras. Lo cierto y verdad es que de la empinada escalera que conducía a la sede de la Hermandad de Agricultores y Ganaderos sigue rememorando los pasos que tan cercanos parecen. Siguieron Juan el tuerto, Francisco e Ildefonsa que se turnaron en tal labor y por fin llegó Lorenzo, el inefable Lorenzo. Este calzaba sobre su cabeza la boina con un descoloque presuntuoso, de medio lado, como anticipando lo que debajo guardaba. Miraba fijamente y de su muñequera envuelta en cuero sacaba el pulso preciso para entonar el anuncio. Subía y bajaba las cuestas y en cualquier rincón se detenía para vociferar la propuesta precisa. De las paradas realizadas en las “fuentes de las musas”, no seré yo quien dé testimonio. Lo darán por mí aquellos párrafos inolvidables en los que se apercibía de multa a quien no respetase el vertido de los escombros en las afueras del pueblo. Ovacionado en más de una ocasión de modo merecido, sin duda. Su pose se asemejaba al pistolero capaz de enfrentarse a las más furibundas bandas de atracadores del lejano oeste desenfundando su pita cargada de razones. Era capaz de encelar a quien le suponía rival de amores nacidos de los piropos y se fue demasiado pronto. Los maullidos que tanto le molestaban como sobrenombre se fueron con él. Desparecieron las gateras, las sillas de anea a la fresca y un modo de relacionarse que hoy precisa de la intercesión de las tecnologías. Notari@s de un tiempo que dejó tanta huella como el brillo dorado de su instrumento. Hoy reposa en las baldas de la añoranza y quizás sienta envidia del pasodoble que le ha robado el protagonismo ¿Y si le diéramos una penúltima oportunidad para aliviarle la tristeza? Abierto queda el reto para quien sea capaz de aceptarlo.

jueves, 6 de junio de 2019

Juan T.
Heredó el estilo y en ello sigue. Desde su mirada puedes percibir cómo la verdad se trasluce y el deseo de agradar se hace presente a la mínima oportunidad. Del nombre del local se descuelga un interrogante incrédulo al finiquitar la primera visita. No, nada de lo que dentro sucede, aportará frío trato. El frío lo reservará a los vidrios que reposan brevemente en el sarcófago acristalado. De allí, como si de un alquimista se tratase, Juan hará gala de dominio sobre la piedra filosofal del saber estar y cumplir convenientemente. Cuatro elementos esenciales sobresaldrán de entre los matraces de este laboratorio. Viajarás de la piara a las olas, de la siembra al molde horneado y todo tendrá como finalidad el dar cumplida cuenta a tus ansias gastronómicas. Puede que a modo de reto, al acabar la degustación, las tres monedas tintineen entre las yemas de tus dedos buscando en ti al seguro perdedor. No, no busques explicaciones; perderás y seguirás sin entender dónde estuvo escondida la clave. Harás hueco para las burbujas que el limón agita y sonreirás ante la inminente aparición de la soñada orejona aún no venida. Sabe que del blanco se prismatizan el resto de los colores y en ello sigue. Cabalgará las cilindradas cuando las grupas pidan reposo y seguirá contando con la fidelidad de los exploradores que le hemos ido llegando a través de los tiempos. A nada que el sol amenace, él, se vestirá de abanderado y abrirá las alas para que las sombras reinen. Dentro de un rato, volveré a retarle , volveré a perder. Volverá a ser la sempiterna derrota que cualquier cucaracha chupitera aliviará a modo de consuelo. Si mi suerte cambia, os lo haré saber. Si así fuese, siempre me quedará la duda de si se dejó ganar por pura cortesía. Conociéndolo, no me extrañaría lo más mínimo.


1. Bernardo


Más de una tarde me vuelvo a cruzar con él. Ayer, a modo de casualidad, fue una de ellas. Venía caminando, balanceando los brazos, descolgando una bandolera. No fue necesario dejar pasar al estruendoso Renault 8 que pilotaba para saber cómo le va la vida. Sí, las melenas desaparecieron, las barbas se rasuraron y alguna arruga ha venido a ocupar el frontispicio de su pensamiento. Si el tiempo se presta a ponerse de nuestro lado reaparecen los momentos a salto de mata, nunca mejor dicho. Del Batanejo se deslizan las anécdotas para ir ocupando su hueco en el pabellón correspondiente. Nada de atropellarse intentando usurpar el protagonismo a quien desde la sencillez de su puesto daba luz a las oscuridades. Arriba, más allá del olvido, las presas huerfanean ausencias de aquellas manos que se guiaban por los toques de las sirenas. Echan a faltar a Poveda, a don Crescencio, a la señorita Joaquina, a Abel, a Polica, a Mariano Alegre, a Culebras, a Crescencio, a Fausto, a Rafael, a Quilez….y entonces es cuando Bernardo pasa lista como si quisiera perpetuar sus ayeres. Ignora reconocer el deterioro que el entorno ha sufrido para no añadir dolor innecesario. Sigue pendiente de los caprichos de las células como si quisiera ofrecerles un recorte al crecimiento desordenado. Gira la vista indisimuladamente ante el crepitar de los novísimos diseños que se visten de chimeneas octánidas en la popa de los cilindros. Puede que aún conserve a modo de reliquias el álbum íntegro de aquellas pegatinas que visaban el paso por las innumerables pistas discotequeras. Ríe con sorna cada vez que recupera el rostro asombrado de aquel benemérito que le supuso sospechoso destinatario de una multa que jamás llegó. Sabía lo que se hacía y restaba importancia a los favores que diseminaba. Cuando el tiempo se nos ponga a favor y se ignore a sí mismo le traeré novedades de aquel lugar que feneció y perdura. Quizás me cueste convencerlo de que no retorne. Callaré para mí las posibles consecuencias que acarrearía la desilusión. Y si a pesar de todo insistiera, solamente le pondré como condición innegociable hacerlo a lomos de aquella máquina despatarrada en su eje trasero. Igual más de uno que le perdió la pista la vuelve a encontrar y en ella comprobará cómo Bernardo, aquel greñas sigue siendo el dueño de un modo de ser digno de aplauso, respeto y abrazo.

lunes, 3 de junio de 2019




1. Alberto I.




De vez en cuando un “deja vu” aparece en nuestra vida. Unas veces, por una situación que nos llega, otras veces por una anécdota, otras veces por un rostro que se le asemeja. Así, ni más ni menos, pasó con Alberto. Llegó embarcado en la discreción y aferrado a los remos de ella sigue. Solamente se transmuta cuando ese remo deja paso al mástil de una guitarra al que se ase y domina. Dará lo mismo si es vestido de negro con banda roja a modo de tunante clavelito entonando loores a la Virgen, que enfundado en unos vaqueros dando paso a los ritmos ramoneros que del club neoyorquino punkiano nos pudieran reclamar. Él, auténtico doctor Jekyll de las melodías, atravesará los trastes del sextante cordado para demostrar credenciales que lo transformen en Hyde. Y a nada que el descanso pida paso, se enfundará en un chándal para negarle hueco. Será el momento de cruzar por las inmediaciones de la línea de tres puntos y buscar el aro o la asistencia final. Todo desde esa cara de niño bueno que le acompaña y a la que no hay que hacer demasiado caso. Este, que a lomos de la avispa se sueña Celentano, podría recalar en la rada a cubierto de las tempestades de una travesía abocada al naufragio. Inmediatamente sería el modelo sobre el que reescribir al Robinson superviviente que dejaría pasar el tiempo para que la reflexión se asentara. Y de cuando en cuando, como si el sueño se convirtiera en realidad, un murciélago dejaría de dormitar en la cueva de su sentimiento y emprendería el vuelo guiado por las ondas de modo exclusivo. Cargará su mochila con los pergaminos de una biblioteca inexistente a la que dar créditos y esperanzas. No perderá la compostura y seguirá los pasos que la vida le marque. No pensará qué le ofrece el más allá para no darle vueltas a las respuestas. Sencillamente volverá a sonreír cada vez que le vuelva a mencionar a Doug Clifford y le insista en convertirlo en su clon. Será capaz de lanzarse hacia la batería más próxima y marcar el ritmo para no dejarme en mal lugar. No habrá que esperar demasiado para comprobar una vez más el modo en que se manifiesta cuando vea reflejado este libreto. Seguramente aceptará el “it's only rock n roll but i like it” como rúbrica definitiva y como tal brindaremos por ello.

sábado, 1 de junio de 2019


Loren-Lu
Hace unos días la casualidad hizo que me llegase la noticia del cuadragésimo aniversario de la Loren-Lu. Cuarenta años, nada menos, desde que viese la luz y se convirtiera en faro orientadora de quienes buscábamos puntos de encuentro a través de la música. Y como si de un retrovisor se tratase, el reloj comenzó a caminar hacia atrás. Apareció el pasillo que desembocaba en la taquilla. Y a la derecha el guardarropa. Y nada más entrar, Tonín, daño pasos de aquí para allá recogiendo vasos y desaguando hielos. Y a todo lo largo, la barra, desde la que José te retaba al primer medio de la tarde. Más a la izquierda, la cabina. Unas veces Mariano y otras veces Jesús, dando paso a los sonidos vibrantes de la música disco devenida del soul. Luces que bombardeaban a la esfera de cristales que de cuando en cuando se abría hueco hacia el porche del fondo. Pantalones campana y remoloneo sobre la pista formando corros a modo de cercas limitadoras. Venidos de distintos rincones llegábamos con las ganas de divertimento y dábamos por bien empleadas las cincuenta pesetas que permitían el paso. De cuando en cuando, alguna petición, y el pinchadiscos- lo de dj, vino luego- accediendo a hacernos felices durante los tres minutos y medio de duración. A modo de pausa, las lentas. Intensidades de luces bajando, estribillos que declaraban amores eternamente fugaces o milimétricamente duraderos. Colillas ígneas aportando el toque a modo de incienso y los asientos de escai solicitados como puestos de reposo y espera. Las escaleras abarrotadas y al final de las mismas el balcón en penumbra que guardaba silencios como testigo mudo de cuanto allí se cocía, nunca mejor dicho. Más pronto que tarde, la música viró. Y con el tecno viraron también las formas de entender de una generación que se veía arrollada por la vorágine de la novedad. Poco a poco se fue dejando paso y mientras ese epílogo llegaba, la madrugada nos prestaba a Alubias o a Mariano para regresarnos. Un día más, una tarde o noche más, habíamos sido partícipes de aquel aquelarre que en Campillo se organizaba. Cuarenta años, nada menos. Y ahora es cuando  la duda me asalta. No sé si darme la oportunidad de mostrarle a la nostalgia cómo sigue viva o dejar en la retina la imagen fresca de aquella etapa. Sea como sea, si en el paseo de esta tarde me vuelvo a cruzar con José, volveré a preguntarle el precio de los medios. Seguro que sigue recordándolo y sus ochenta y seis años siguen tan jóvenes como entonces.